Estaba sentada en la mesa que daba a la ventana en uno de esos restaurantes que ofrecen de todo y no garantizan nada. Le gustaba sentarse en las ventanas porque era como tener su propio reality show, gente que va, viene, se detiene, parejas que se besan, otras que discuten, dueños de perros que no limpian la mierda de sus mascotas.

Tomaba una copa de espumoso patagónico blanco de pinot noir más que nada por eso que decía Napoleón que al Champagne en la victoria se lo merece pero, sobre todo en este caso, en la derrota se lo necesita. Mientras tanto esperaba, había pedido un lomo Strogonoff con papas. Las papas fritas eran su plato favorito, pero ya estaba pensando en el postre porque ¡qué tristes que son las papitas congeladas, esas de bolsa y sin alma!.

Afuera llovía y también le provocaba tristeza; Rosa se había ido para siempre. Un día le dio por salir a la calle sola y al grito de «¿Dónde estás?«.
Sofía recibió una llamada de Sandra, la enfermera, que le dijo que su tía se le escapó mientras ella estaba en el baño.

Aparentemente había vagado por el barrio un rato, nada grave. Pero el único “pariente” lejano que tenía además de Sofía. Que dicho sea de paso no la visitaba nunca. Un sobrino de Facundo quien fuera pareja de Rosa hace ya demasiados años, se había enterado vaya uno a saber cómo del suceso y decidió llevársela a vivir con él y su familia a una casa quinta que tenía en las afueras de Buenos Aires. Luego, por supuesto, de hacer una denuncia contra Sofía por malos tratos y abandono.

A Rosa se le partió el corazón, un poco porque la apartaron de Sofía que era su compañera, un poco porque siempre había sido un bicho de ciudad y tanta calma la agobiaba y otro poco porque la casa era una mierda. Toda mugrosa, ni siquiera un baño decente tenía. Rosa no aguantó y ante tanta impotencia le dio un ataque cardíaco.

Uno podría pensar que una persona con Alzheimer no se iba a fijar en esas cosas, pero ¿qué sabremos nosotros de las personas con Alzheimer? Ignoramos muchas cosas, somos ombliguistas, todo gira al rededor nuestro. Estas y otras cosas pensaba Sofía mientras en la ventana se veía a una nena desarrapada y demasiado delgada pidiendo monedas, ella también tenía el corazón roto, aunque no tanto como Rosa.

Lau Malbec, una sommelier en Bolivia.

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