Cuento corto de Sofía Tempranillo

Había perdido la cuenta de cuántos días llevaba sin sacarse el pijama, sí sabía que por fin el maldito celular se había quedado sin batería después de contabilizar infinitas llamadas perdidas del trabajo, su jefe y compañeros del restaurante. Lo último que alcanzó a ver fue un mensaje de whatsapp donde le avisaban que si no se dignaba a aparecer por ahí mejor que no vuelva.

En la cocina se escucharon ruidos de bolsa, el tacho de basura se cayó, retumbó y toda la basura quedó desparramada. Chardonnay, su bella y elegante gata blanca, que a falta de baños ya estaba medio amarilla como un vino blanco olvidado y oxidado, se cansó de pedirle de las mil maneras que le fue posible que le diera comida, chilló hasta casi desfallecer e incluso le mordió un dedo pero Sofía no reaccionaba, tenía de esa tristeza crónica que cala los huesos, como la humedad de Buenos Aires. Le habían arrebatado a Rosa sin darle siquiera la posibilidad de despedirse, de darle un último beso; pero lo que se le había pegado como chicle a la conciencia era la culpa. Sofía pensaba que no había luchado lo suficiente por recuperar a Rosa y eso era algo que no podría perdonarse nunca.

Se acurrucó en una esquina del sillón, estaba demasiado cansada siquiera para ir a su cama, mucho menos intentó ir a levantar la basura o darle de comer a la gata, ¿hacía mucho que había hecho su última comida? Tampoco se acordaba. Se tapó hasta la cabeza con un acolchado y de inmediato se durmió.

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-Hola, ¿estás bien?,¿te perdiste?.

Sofía se dio la vuelta para señalar el camino negro que estaba a su espalda y se extendía hasta el horizonte -La verdad es que hace varios días comencé a caminar por ahí, y acá estoy- no quería darle mucha información a la desconocida, pero algo muy en el fondo le decía que podía confiar en ella. -¿Vos sos del barrio?.

-Me mudé hace poco, si necesitas ubicar una calle no creo que pueda ayudarte mucho.

-Ah, bueno. Igual no me acuerdo exactamente que estoy buscando.

-Che, pero vos no estás bien piba… Mirá, dijo observando a la calle del frente, justo estaba yendo a tomar unos mates a la plaza, llevo bizcochitos que me parece que te van a venir re bien. ¿Querés venir conmigo?.

Sofía la siguió silente, cabizbaja.

Llegaron al centro de la plaza donde se alzaba un árbol de copa frondosa y un tronco descomunal, harían falta al menos cinco personas tomadas de las manos para rodearlo.

-Este árbol tiene más o menos 150 años.

El aroma a tierra húmeda, sabia y hojas invadía a Sofía de manera tal que le parecía que podía palpar la entidad del árbol. -¿Y vos cómo sabes eso?, le preguntó a la mujer que de apoco iba mostrando su forma.

-Me lo dijo Facundo, mi novio. Bah, es mi pareja, pasa que estuvimos separados un tiempo largo y yo nunca creí en las relaciones a distancia. Él se tuvo que venir para acá hace bastante y yo no podía darle alcance porque tenía cosas que resolver antes. Al final, es como si nos estuviéramos conociendo de nuevo. Pero me tiene loca ese hombre, es mi debilidad, no sé cómo lo hace pero no puedo dejar de pensar en él. Nunca pude dejar de pensar en él.

Sofía se quedó mirando la cara de babosa que tenía, le pareció que nunca había visto a nadie tan enamorado y en ese momento, en el brillo de los ojos, la reconoció… Quería llorar y abrazarla, pero tenía miedo de que se espante, así que en cambio preguntó con la voz más segura que pudo -¿Y, decime, te gusta el barrio?.

-Me encanta, creo que este lugar me cambió la vida por completo.

-Ya lo creo que sí…

-Uy, mirá. Ahí sale Facundo del trabajo, vamos a ir a visitar a unos amigos, ¿Querés venir?- Sofía la miró con cara de desconcierto -Mirá que si lo necesitas me puedo quedar con vos un rato más-. -No, Rosa. Andá no más, que ya llega el tren que me lleva de vuelta. Cuidate.-

—-

Ese sin dudas había sido un sueño reparador.

Lau Malbec, una sommelier en Bolivia.

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