Ella bailaba sola, mientras el sol iba bajando, fundiéndolo todo en un color rojo fuego.
En el parador prendieron antorchas. La brisa del mar le acariciaba el cabello largo, castaño, ondulado. Su minifalda de jean se ajustaba a su cintura, pequeña y frágil. La musculosa dejaba entrever el bikini rojo con lunares blancos. Había sido una tarde fabulosa, con música en la playa, en los autos, en el espíritu. Guitarras que no paraban de sonar.
Él la veía, la dejaba ser; amaba su libertad, su esencia. Veía como los otros hombres se le acercaban e intentaban seducirla, ella jugaba con todos como gato con ratón. Él observaba con la seguridad de que era suya, elegía ser libre al lado suyo.
Pidió su cocktail favorito y le dio alcance. – ¿Tenés ganas de ir a casa?-. Le dijo.
– Me muero de hambre.
– Vamos que te hago las mejores pizzas de la historia.
– Dale. Mientras yo me doy una ducha que de tanta arena ya parezco una milanesa.
– No me tientes que yo también tengo hambre.
Cuarenta y cinco minutos después él sacaba la pizza del horno, lo había planificado todo más temprano y dejó leudando la masa y la salsa hecha, al llegar de la playa puso a calentar el horno, estiró la masa, incorporó la salsa de tomates naturales, la mejor mozzarella que consiguió, champiñones y aceitunas negras; ella se acercaba con un vaso de vino blanco frío en cada mano. Se lo había recomendado su amigo, “¿Probaste el Canciller Riesling?, estoy seguro de que no se parece a nada que hayas tomado hasta ahora. Es de Giol, una bodega de las grandes que fue condecorada por los reyes de España” le había dicho. Y la verdad es que nunca antes había probado nada igual; la fruta, las flores y la potencia aromática del vino lo inundaban todo y hacían de esa una noche inolvidable. Cenaron y se durmieron en el sofá-cama viendo una película.
A la mañana siguiente la despertó la luz del sol que se colaba entre las cortinas mal cerradas. Escucho ruido en la cocina y ya podía saborear el desayuno que él preparaba. Amaba a ese hombre que la conquistaba por el estómago cada día, a fin de cuentas lo importante era que sepa cocinar.
Llegó a la puerta de la cocina y se paró en seco, había una mujer friendo los huevos.
– ¿Quién sos vos?, ¿Qué haces en mi casa?, ¿Dónde está Facundo?.- Gritaba.
– Rosa soy yo, Sofi.
– ¿Quién sos?, AUXILIO -. Comenzó a alejarse desesperada y Sofía quiso tomarla del brazo. – No me toques!, AYUDA -. Fue lo más rápido que pudo a refugiarse en el baño.
Sofía lloró, le dolía en el alma, era un dolor casi físico, palpable. No podía entender que su tía, la misma que la cuidaba, mimaba y aconsejaba ya no la reconociera, que viviera extraviada en el tiempo.
Lau Malbec, una Sommelier en Bolivia.